i was drowning, but now i’m swimming

Cuando estaba chiquita, le tenía pavor al mar. Steven Spielberg tuvo demasiada influencia en mí, pero incluso antes de ver Tiburón algo sobre él me hacía sentir incómoda. A esa edad no era cuidadosa, era arriesgada e inquieta, saltaba primero y pensaba mucho después (si es que lo hacía). Excepto cuando se trataba del mar, guardaba mi distancia y me mantenía alejada del borde. No soportaba la idea de que las olas tocaran mis pies porque sentía que podrían arrastrarme. Para los que frecuentaban la playa esto sonaba ridículo y así me lo decían.


"No te preocupes. No va a pasar", era una consolación común- en esa instancia y muchas otras de la vida. No me ha tranquilizado ni una sola vez.


A mis seis años hicimos un viaje familiar a Acapulco y llegó el momento de enfrentar mi miedo. No quería meterme en el agua. Después de mucho esfuerzo, mi mamá y mi abuela me convencieron de pararme en el borde de la playa y dejar que las olas llegaran. Cada una tomó una de mis manos y caminamos hacia el agobiante horizonte azul. Esperé, la espuma refrescó mis pies. Recuerdo la sensación de la arena como si se me hubieran quedado dormidas las piernas y estuvieran apenas despertando. Tenían razón, esto no daba miedo.


Después de un rato me cayó el veinte... ¡el mar era lo max! Me encantaba. Saltaba arriba y abajo al ritmo de la marea. Lo estaba disfrutando tanto que no me di cuenta de que las olas se estaban volviendo más y más grandes, mi mamá tampoco. 


… lo que todos me habían asegurado que no pasaría, pasó, y el océano me arrastró.


Casi nos ahogamos. La arena empezó a quemarme la garganta y los pulmones gritándole a mi cuerpo que despertara. Tenía frío. Todo se movía a mi alrededor y no podía seguir el ritmo. Algo me mantenía estable. De vez en cuando podía jalar aire pero no era suficiente. Eventualmente alguien me arrancó de los brazos de mi mamá y pude respirar de nuevo. Se tardaron mucho más en sacar a mi mamá, pensé que nunca la iba a volver a ver. El miedo se convirtió en terror.


Tuve pesadillas por meses. Los tsunamis llegaban a la Ciudad de México y lo arrasaban todo. Nadar en albercas ahora también era un desafío. Estar bajo el agua se sentía como una pérdida total de control, entraba en pánico. Las albercas fueron más fáciles de superar, pero me llevó seis años dejar que las olas tocaran mis pies de nuevo. Me costó todo el valor que tenía volver a meterme al mar y dejar que el agua me abrazara hasta la cintura (eso que estábamos en una de las playas más tranquilas del país). Lo trabajé mucho y me forcé a volver durante los años. 


Para la mayoría de las personas, el océano significa paz, para mí, pánico. Y se convirtió en una asociación extraña. Cada vez que algo me asustaba en la vida, experimentaba emociones similares a las que me rodeaban en esa marea. Recientemente me di cuenta de que eso sucedía a menudo, el miedo era la emoción central en mi vida, influenciando cada decisión y convenciéndome de que no era capaz de superar nada. Abrí los ojos y empecé a ver cómo me metía el pie cada vez que surgía una oportunidad. Solo veía los riesgos y nunca me creí capaz de manejarlos. El miedo nunca desapareció, estaba tierra adentro, a millas de la costa y aún así me estaba ahogando.


Las frases que saturan nuestros feeds de Instagram ya nos han enseñado que los valientes son los que dan un salto a pesar del miedo- no los que no lo sienten. Más fácil decirlo que hacerlo. Personalmente creo que se trata de dejar de tratar al miedo como al enemigo. Tienes que poder sentarte con él y verlo a los ojos para saber si realmente te quiere proteger... o si está mintiendo. (Aunque lo hagas, a veces nos equivocamos.)


El julio pasado recibí una llamada que no veía venir. Como contexto, recientemente había renunciado a mi trabajo de marketing porque me aburría y quería reconectarme con mis pasiones: escribir, tomar fotos y la naturaleza. Conseguir un trabajo ya era bastante difícil, agregar especificaciones lo complicaba mucho más... pero a veces el universo escucha y obtienes exactamente lo que pediste de la manera más inesperada. La llamada era una oferta de trabajo de alguien con quien no había hablado en años. Quería ver si podía reemplazarla en su trabajo actual como asistente ejecutiva del director de una ONG ambiental. (Gracias Fer por esa llamada, eres lo más)


¡Súper!

¡Suena increíble!


El universo sí me escucha.


¡Plotwist!

El universo tiene un gran sentido del humor.

El trabajo era en conservación marina y eventualmente requeriría estar en el mar.


¿En serio? ¿Cómo le iba a hacer si apenas y podía respirar bien estando cerca del agua?


Siempre había soñado con ser fotógrafa de National Geographic e ir en expediciones, solo... nunca en el mar. Las aventuras estaban bien siempre y cuando fueran tierra adentro. Pero, mi sueño se sentía cada vez más lejos y sabía que no podía rechazar esta oportunidad. Se sintió como un paso en la dirección correcta- incluso si tenía que nadarlo en vez de caminarlo. Me senté con el miedo un rato y escuché lo que tenía que decir. Al final, las implicaciones de rechazarlo me asustaban mucho más, así que dije que sí (después de entrar en pánico y casi decir que no diez veces y casi cancelar mi entrevista).


La verdad es que la vida nunca sucede como se supone que debería. Tienes que aceptarla tal como viene. Surfear la ola. 


Hoy trabajo en conservación marina. No soy bióloga, así que la mayor parte de mi trabajo no está en el campo, pero acabo de pasar un mes en Baja California Sur yendo al mar casi todos los días. Estuve asustada, pero al final me encantó. Ahora he estado cara a cara con tiburones ballena, orcas, tiburones azules, tiburones martillo, ballenas azules, ballenas grises, cachalotes, móbulas, etc. (algunos más cerca que otros) y han sido algunas de las experiencias más impresionantes, llenadoras y emocionantes de mi vida.


La cosa es que el miedo es una espada de doble filo. Es lo que puede mantenernos vivos y a la vez evitar que vivamos. Hay que aprender a escucharlo y explorarlo. ¿Qué te está diciendo y por qué? Tú decides si es tu mejor aliado cuidándote o si es tu abully que sabotea cada paso que das. Me da risa cómo el mar, que durante la mayor parte de mi vida ha sido lo que casi me quita la vida, también es lo que me la devolvió. Fue en el mar donde  reconecté con la versión de mí que no tenía miedo a soñar. Despertó mi sentido de asombro, me devolvió el propósito, la pasión y la determinación. 


Estuve ahogándome durante mucho tiempo, 

ahora estoy nadando.


Y se siente increíble.